Ayer 18 de octubre cumplí diez años en Instagram. Doce días después de aparecer, ya tenía perfil abierto. Llevo 1/5 parte de mi vida en esta red social, que tanto me ha dado, pero que también se ha convertido en algo que desprecio: una red social para el lucimiento de físicos bonitos, habilidades corporales, egos desmesurados y demás chorradas mediocres, carentes de contenido e interés. Ya no queda nada del motivo inicial por el que nació: la fotografía.
Mi relación con Instagram es de amor-odio. Me ha dado cosas muy buenas. Lo mejor, los amigos que he hecho y la pasión y el amor por la fotografía móvil que despertó en mí. He tenido reconocimiento, premios y otras cosas bonitas, todas girando alrededor de la fotografía móvil. Soy embajador de Huawei, he formado parte de YouMobile, y soy miembro del colectivo La Calle Es Nuestra, todo ello motivo de orgullo. Me quedo con esto. De lo otro, los bailecitos, los saltitos, las caras bonitas, los reels, el puto algoritmo y demás gilipolleces, paso. Gracias a los que estuvisteis y a los que estáis.
Foto de mi hija Candela
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