El único deporte que practico es la natación. Nado desde los cuatro años, cuando entré a a formar parte del equipo de natación de mi colegio. No soy ningún Michael Phelps, pero me defiendo. Nado habitualmente 3 ó 4 veces a la semana 1.500 metros, equivalentes a 60 largos en una piscina de 25 metros, en un tiempo aproximado de 28/29 minutos. Para mí, nadar esa distancia es como el que camina una hora todos los días. Voy a mi ritmo, sin forzar, sin prisa pero sin pausa. No descanso. Entro en la piscina, nado, termino, y me voy.
La última vez que nadé antes del "estado de alarma" fue el 9 de marzo. Lo retomé casi cuatro meses después el 7 de julio, una vez llegué a Ayamonte. No fui capaz de hacer más de 10 largos, y con mucha dificultad. Poco a poco, pasadas ya casi tres semanas, he conseguido volver a nadar mis 60 largos habituales. Aún así, hoy he necesitado 32 minutos. Estoy lejos de mi mejor forma física, pero al menos vuelvo a sentir el placer de la natación. Es increíble cómo se comporta y se adapta del cuerpo humano. Tras cuatro meses sin nadar, mi cuerpo perdió volumen muscular, y sobre todo, mucha resistencia. Tras casi tres semanas, noto que me acerco a quién era antes de la pandemia.
Sin embargo, el motivo del post de hoy, y sobre todo, la foto de hoy, viene marcada porque hoy 23 de julio es el cumpleaños de mi hija mediana, Martina. Este pibón de 1,74 metros de altura cumple hoy 15 años. Además de bella por fuera, es bella por dentro, es buena en todos los sentidos: buena persona, buena estudiante, buena hija, buena hermana y buena amiga. La foto está tomada hace escasos días en Ayamonte, con mi Huawei P40 Pro+, y está ligeramente editada con Snapseed.
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