Vuelvo a mi diario después de diez días sin escribir. Y vuelvo sin saber si es una despedida porque ya no vaya a escribir más, o simplemente una pausa para seguir escribiendo, pero de vez en cuando, cuando tenga algo que decir. Llevamos ya cincuenta y tantos días de confinamiento, he perdido la cuenta, y hacen mella en el estado de ánimo. No he vuelto por aquí sencillamente porque no tenía ganas de escribir, porque para decir siempre lo mismo, mejor me estaba calladito.
En estos diez días no ha ocurrido gran cosa. Salgo diariamente con Daniela a dar un paseo de una hora por el centro de Madrid. Ha empezado a entrarme trabajo, con la diferencia de que el desarrollo de mi trabajo se ha complicado muchísimo debido a la situación económica actual. El tiempo empleado en cada una de las tasaciones que hago se ha multiplicado, mínimo, por tres. Y todo, para cobrar la mitad al tratarse de tasaciones de sólo visita exterior, como ya expliqué en algún post anterior.
La entrada de trabajo ha generado un problema en casa con Daniela. Si todos trabajamos o estudiamos, nadie puede atenderla. Con sólo cuatro años, un niño no entiende eso bien. Hoy me ha dicho Daniela: "Papi, me aburro. Ya no juega conmigo ni papá, ni mamá". Reconozco que me ha dado mucha pena escucharle decir esto.
Esto genera otro problema con ella. Durante las primeras semanas en las que yo no tenía trabajo y le podía dedicar todo mi tiempo, podíamos hacer los deberes que Mari Cruz, su profesora, enviaba diariamente por email. Ahora, con la obligación del trabajo que debe salir adelante, hay días que no los hacemos. No nos da tiempo. Es cierto que está en Segundo de Infantil, pero me preocupa.
En estos diez días también ha ocurrido que finalmente mis hijas pueden salir también. Desde entonces, Candela no ha salido ninguno, Martina dos días, y Mafe sólo uno. El miedo al "bicho", la apatía o el cansancio pasan factura, y prefieren quedarse en casa.
Ayer, durante el paseo, Daniela y yo estuvimos buscando una churrería abierta. La archiconocida San Ginés, así como la churrería 1902 de la calle San Martín, estaban cerradas. Sin embargo, para nuestra alegría, la churrería Las Farolas, en la calle Mayor, había reabierto el negocio. Dani y yo nos dimos un capricho, y nos comimos tres churros cada uno. Con qué poco nos conformamos y con qué poco volvemos a sonreír, ¿verdad?
Durante el paseo también tuve la agradable sorpresa de volver a verme con mi amigo Federico. Él pasaba por mi casa y me mandó un mensaje. Yo estaba esperando que salieran los churros recién hechos. Nos vimos en la Puerta del Sol. De ahí caminamos juntos los tres hasta la plaza de Tirso de Molina, manteniendo las distancias, claro. A Fede le encanta chinchar a Dani. A Dani le encanta que le chinche. Lo pasamos muy bien. Hemos quedado en repetirlo otro día.
Sinceramente, no sé si volveré a escribir el diario. Por si acaso ésta es la última entrada, la voy a ilustrar con una foto que no es de hoy, es de hace dos noches, pero que me encanta. Candela y Martina, pasada la medianoche, las dos tiradas en el suelo del salón, consultando sus móviles, riéndose a carcajadas. Tanto, que tuve que llamarles la atención para que bajaran el tono.
Por si acaso no remonta el ánimo para volver a escribir, quisiera dar sinceramente las gracias a todos los que habéis pasado por aquí y leído mi día a día, durante... ¿siete semanas?. Me constan que sois unos cuantos. Nos volveremos a ver tarde o temprano. Gracias.
Un días más confinados, un día menos para que esto acabe. #YoMeQuedoEnCasa