Después de ocho o nueve días ya desde que se estableció el estado de alarma, pierdo ya la cuenta, y dos semanas desde que las niñas no tienen colegio, empieza a haber roces en casa. Lo considero totalmente normal. Lo extraño sería que no los hubiera. No me preocupa, significa que aún estamos vivos y juntos bajo el mismo techo.
Hace unos días escuché a un médico en la radio hablando del problema que este encierro obligatorio va a suponer en el déficit de vitamina D en las personas que no salimos a la calle, es decir, en todo el mundo. Este médico incidía en que, aunque tomemos algún suplemento, quien sintetiza la vitamina D es el sol. Consciente de ello, llevo ya varios días en los que pido a mis chicas que salgan unos minutos al balcón durante las horas que da el sol. Ayer, la única que salió conmigo fue Daniela. A Mafe le pilla siempre este momento en plena video conferencia con sus compañeros de trabajo. Y Candela no quiso acompañarnos ayer. Menos mal que Daniela, con sus cuatro años, aún le hace caso a su padre.
Hace varios días decidí, conjuntamente con mis padres, que no volvían a salir a la calle a hacer la compra. Si necesitaban algo, lo compraría yo en mi barrio, lo metería en el coche, se lo acercaría hasta su casa, y lo dejaría en el ascensor. Toda precaución es poca. Anoche hablé con ellos, como hago varias veces al día, y decidimos ser más cautos aún. Haríamos la compra online en alguna superficie, y la recibiríamos en casa. La demanda de compra online es tal, que la plataforma elegida sólo tenía un hueco para la entrega de la compra el próximo martes 31 de marzo. ¡Una semana para esperar el pedido! Si necesitáis comprar online, hacedlo ya, mucho antes de que se empiece a acabar vuestras existencias.
Un día más en casa confinados, un día menos para que esto acabe. #YoMeQuedoEnCasa.
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